Cuerpos en trance.
Paisaje, transición y desaparición en Colombia

Bodies in a trance. Landscape, transition and disappearance in Colombia

María Ordóñez*

Universidad de Zurich ó UZH (Zúrich, Suiza)

Palabras clave

Desaparición
Derechos Humanos
Extractivismo

Resumen: En Colombia, la desaparición de personas ha discurrido en una compleja ecología de lo humano y lo no-humano, lo deshecho, y los desechos. Un paisaje en el que circulan cuerpos ocultos, enterrados y vertidos en ríos, botaderos, escombreras, zonas de excedentes, y particularmente en cementerios, configurando formas híbridas de vida y sentido entre la muerte. Aquí, abordo la desaparición desde su comprensión como un fenómeno latente en el paisaje, el cual, como los cuerpos e identidades de quienes son desaparecidos, es sujeto de una transformación violenta, continua, y en algunos casos, irreversible. Una espacialidad en la que las cargas simbólicas y materiales embebidas —aquellas que posibilitan procesos de resistencia, politización, y la creación de otras formas de futuro— se encuentran en riesgo de ser radicalmente transformadas y de desaparecer. De este modo, este artículo responde a una aproximación metodológica ad hoc en la que a través de la investigación-creación, y la observación participativa, indago en las diferentes formas de relación y sentido que la desaparición configura entre sujetos, cuerpos, sus recorridos, y el paisaje.

Keywords

Disappearance
Human Rights
Extractivism

Abstract: In Colombia, disappearance of people has taken place in a complex ecology of human and non-human, undone, and waste. A landscape in which hidden, buried, and poured bodies circulate in rivers, dumps, escombreras or rubble zones, surplus areas, and particularly in cemeteries, shaping hybrid forms of life and meaning between death. Here, I approach disappearance as a latent phenomenon in the landscape, which, like bodies and identities —of those who are disappeared—, is under violent, continuous, and, in some cases, irreversible transformations. A spatiality in which symbolic charges and embedded materials —those that enable processes of resistance, politicization, and the creation of other forms of the future— are at risk of being radically transformed and disappearing. Thus, this article responds to an ad hoc methodological approach in which through research-creation, and participatory observation, I investigate into different forms of relationship and meaning that disappearance configured among subjects, bodies, their paths, and the landscape.

* Correspondencia a / Correspondence to: María Ordóñez. Universidad de Zurich. Kunsthistorisches Institut. Rämistrasse 73, CH - 8006 Zürich (Suiza) –
maria.­ordonezcruz@uzh.ch – http://orcid.org/0000-0002-8831-6856.

Cómo citar / How to cite: Ordóñez, María (2020). Cuerpos en trance. Paisaje, transición y desaparición en Colombia. Papeles del CEIC, vol. 2020/1, papel 227, 1-27. (http://dx.doi.org/10.1387/pceic.21061).

Recibido: agosto, 2019; aceptado: enero, 2020.

ISSN 1695-6494 / © 2020 UPV/EHU

logo_CC_atrib_4_0_int.jpg Esta obra está bajo una licencia
Creative Commons Atribución 4.0 Internacional

1. Introducción

Este texto es un recorrido por las relaciones que se establecen con los paisajes, en los que, a través de diversas formas, y periodos, han circulado cuerpos de personas desaparecidas y asesinadas en Colombia. Para esto, analizo los espacios de búsqueda, las rutas, y estrategias no lineales que hacen sus familiares, y la cotidianeidad espacial de quienes conviven con la circulación de estos cuerpos. En este sentido, entiendo el paisaje como un ensamblaje de relaciones o ecologías, humanas y no humanas en las que conviven y se disputan diferentes temporalidades, formas de relación, imposición, negociación y transformación de la realidad (Andermann, 2008; Achugar, 2003); el espacio como el marco no solamente geográfico, y material, sino de sentido, donde se articulan una serie de relaciones plurales (entre lo social y la naturaleza); y el lugar, como un punto específico al cual se le atribuyen distintos significados espacio-temporales a partir de la experiencia.

01-08_fig_Ordonez_CEIC_1-2020.jpg

En este artículo abordo algunas experiencias colectivas y subjetivas de quienes recorren y habitan los lugares relacionados con la circulación, presencia y destino de cuerpos de personas desaparecidas en el país, principalmente ríos, botaderos, escombreras, y cementerios. Aquí, me refiero a las relaciones que se establecen al dar sentido a estos espacios. Mi proceso de investigación y análisis se compone, en una primera etapa, de la revisión de fuentes diversas como prensa e informes sobre el desarrollo del conflicto armado en Colombia. La segunda etapa incluye el diseño metodológico de recorridos, observación y análisis de las exploraciones realizadas en zonas específicas de los ríos Guatiquía, Ocoa, Manacacias, Meta, Coello, Cauca y Magdalena, así como algunos lugares en Medellín (San Javier), Villavicencio (Caños negros) y la vereda Beltrán en Risaralda, guiada por las experiencias de Martha, Luz María y Óscar.

Esta aproximación involucra dos tipos de escala diferentes. Una escala corporal, relacional y subjetiva, de quienes recorren caminos y habitan veredas, ríos, y zonas urbanas periféricas, en particular, mujeres familiares de personas desaparecidas, campesinas, pescadores locales, niños, y jóvenes. Por otro lado, abordo una escala macro, geoeconómica, que abarca dos grandes arcos territoriales: la zona noroccidental y el piedemonte llanero, ambos caracterizados por la presencia de cultivos de coca, minería, extracción de petróleo, plantaciones agroindustriales y el desarrollo de megaproyectos de infraestructura1.

Respecto a las imágenes, fotogramas de vídeo, notas, dibujos y ejercicios cartográficos, no las propongo de manera ilustrativa o simplemente como registro sino como indicio de una exploración creativa colaborativa, en la que convergen conversaciones, diálogos visuales/cartográficos, recorridos geográficos, y la recolección de diversos elementos materiales contenidos en el espacio: barro, piedras y objetos encontrados. Las imágenes que incluyo aquí plantean tres sentidos diferentes: 1) el contexto en el que fueron producidas, 2) la interacción que propiciaron con las personas y contextos durante su creación, y 3) las posibilidades meta-narrativas que surgen al ponerlas en conversación (en diferentes momentos, como en el proceso de escritura y en el de lectura). En relación con las diversas fuentes que hacen parte de mi análisis2, la producción y uso de imágenes en mi proceso creativo de investigación y escritura, responden a la posibilidad de establecer conexiones entre elementos metatextuales, como las acciones y ausencias (intencionales) de ciertos sujetos y objetos en las imágenes, y las características explícitas e implícitas sobre la manera y el contexto en el que fueron creadas (encuadre, distorsión del lente o la distancia a la que se encuentra el elemento registrado).

Este artículo se configura a partir de dos formas de escritura complementarias y no lineales: texto e imagen, que como parte de mi propuesta de investigación ad hoc3 que hibrida la investigación desde la práctica artística social4, la etnografía multisituada y especulativa5, permite un acercamiento a otras posibilidades narrativas, y a la re-formulación de preguntas a partir de encuentros, situaciones y reacciones. De este modo, me interesa hacer una lectura de la desaparición a partir de su reinterpretación como una forma radical de vida entre la muerte, donde el espacio, la tierra, el agua y los despojos, tienen un rol central. Una exploración de las diversas capas y cargas contenidas en el espacio, que implica, ante todo, una disposición corporal para recorrer rutas, trayectos y lugares, de diversas formas y en diversos medios de transporte. Una apuesta por dar forma al análisis desde los sentidos mismos: escuchando, caminando, tocando, oliendo, imaginando, y re-creando visual y sonoramente el pasado embebido en el paisaje. Pero también es una aproximación que responde al desafío ético y metodológico en la búsqueda de las latencias que la desaparición ha dejado en el espacio, y de su configuración social, material y simbólica, a través de las historias y vidas de una violencia vigente. Un riesgo compartido y asumido en primera persona, como investigadora. Un contexto en el que las personas siguen siendo desaparecidas y asesinadas —aunque en menor cantidad y regularidad—, y sus cuerpos diseminados en ríos, canteras, caminos, carreteras, o enterrados en fosas clandestinas y cementerios.

El análisis de la información recopilada por medio de la escucha y los recorridos realizados me permitió encontrar las narrativas contenidas en el paisaje en las que emergieron diversos sentidos y significados atribuidos a otros cuerpos y sujetos, como los árboles, los peces, los ríos y las montañas, y a otros elementos que configuran el espacio, como caminos, puentes, carreteras y vías férreas. Todos estos, elementos que trascienden las narrativas propias de la violencia y el horror, hasta el punto de convertirse en elementos clave como ejes de cotidianeidad de estos lugares.

Así, lo que planteo aquí es una reflexión analítica de la desaparición forzada en Colombia desarrollada en tres secciones: Ríos: flujos de espacio-tiempo; Cementerios: lugares de pérdida; e Infraestructura o la re(des)composición de la realidad. Estas categorías espaciales y materiales las planteo a través de las diferentes relaciones que configuran no solo como escenarios donde la desaparición y la muerte discurren, sino desde las reinterpretaciones que posibilitan sus diversas cargas materiales y simbólicas. Son espacios en los que sus representaciones asociadas responden a las transformaciones que han sufrido en el tiempo y a los sentidos que los re-configuran en el presente, y que posibilitan imaginar otros futuros ¿Cómo se habitan estos lugares? ¿Cómo se recorren? ¿Cómo son re-imaginados? ¿Cómo son re-construidos?

2. Lógicas de lo forzado en Colombia

En Colombia, la desaparición forzada de personas ha discurrido en medio, y como medio, de una compleja disputa social, política, y principalmente territorial y económica. En este contexto, la categoría se ha transformado, ya no solamente con relación a un perfil específico de sujeto víctima sino contra quien se considere un obstáculo para lograr un objetivo económico o político, o un beneficio particular (CNMH, 2014). En 2016, el Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) planteó la necesidad de revisar este concepto, ya que su definición originaria resultaba limitada al contexto de disputa armada y económica, dejando fuera el continuo desplazamiento forzado, y más recientemente, la inmigración irregular masiva en la que las fuerzas paramilitares y grupos criminales residuales o disidentes, con o sin ayuda estatal, han privatizado esta forma de violencia. En este sentido, y teniendo en cuenta la particularidad del caso colombiano, esbozo una definición de la desaparición forzada que la contempla dentro de las lógicas de lo forzado, aquellas prácticas en las que bajo distintas formas de violencia, personas, comunidades y espacios ven radicalmente transformada o suspendida la continuidad de su cotidianeidad. Ocurre lo mismo en el caso del secuestro y las privaciones de la libertad, que buscaban ocultar otras formas de violencia (reclutamiento y desplazamiento); en las ejecuciones extrajudiciales; el ocultamiento e imposición de la identidad de personas muertas «en combate»; en la delincuencia común presentada como desaparición; en las desapariciones administrativas (de cuerpos identificados y no identificados); en el despojo, la afectación y el uso fraudulento e ilegal de recursos, en medio de un ordenamiento socio-territorial que condiciona la circulación y transformación de sujetos y cuerpos entre la basura, los excedentes, los escombros, y los ríos.

Mi reflexión cuestiona la configuración de sujetos y cuerpos, a partir del despojo y la materialidad sobre las que se especula la transición de la sociedad. Aquí, hago referencia, principalmente, a las dinámicas y economías de tipo extractivo fundamentadas en el replanteamiento violento de las relaciones entre los seres humanos y la naturaleza, vistas como recurso, y donde la desaparición y la muerte aparecen como fenómenos centrales en la configuración de las zonas extractivas. En este sentido, la acción de extraer no hace referencia solamente al proceso técnico de «obtener un componente de un cuerpo mayor por algún medio» sino que remite también al proceso social de apropiación privada de bienes comunes que afectan la reproducción social de la vida local a través del ejercicio de la violencia (Seoane, Taddei y Algranati, 2013).

Esta disputa por el control de la propiedad y la explotación de la tierra, replantea nuestra relación con el espacio, los sujetos y cuerpos que circulan en él, y donde re-imaginar el futuro se torna un gesto radical. Asimismo, cuestiono las categorías y formas rígidas de desaparecer y de ser desaparecido/a, las formas de re-presentación y re-semantización de una realidad que, como el paisaje y los cuerpos, es transformada veloz y drásticamente. En este contexto, es necesario tener en cuenta que la circulación espacial de cuerpos de personas desaparecidas ocurre dentro de un marco visible (paisaje) que oscila entre la desaparición y la aparición. En el caso de la desaparición, la planteo como una categoría que enuncia la experiencia de quienes buscan y esperan a sus seres queridos. Por el contrario, como aparición, me remito a la experiencia —individua y colectiva­— del encuentro iterativo de cuerpos, que son rescatados, enterrados, entregados a las autoridades y/o a sus familiares, o en algunos casos, dejados continuar su camino.

02-08_fig_Ordonez_CEIC_1-2020.jpg

Recorrido de investigación en el Meta, 2019

Entendiendo la desaparición forzada como una forma radical de vida entre la muerte, como un nuevo estado del ser que oscila entre el despojo y el desecho, es necesario incluir las materialidades, y sus cargas opuestas (negativas y positivas) embebidas en el espacio. En este sentido, me interesa pensar este fenómeno a través del concepto de materialidades vibrantes propuesto por Jens Andermann, como aquellas materialidades que se ven forzadas a transitar y habitar las zonas de excepción donde se funda y desfonda el régimen imperante de acumulación (entendida como una lógica de tipo económico y extractivo). Para el caso colombiano, estas materialidades y sus cargas, se intersectan, en muchos casos, con las zonas extractivas sobre las que se soporta y construye la transición del conflicto.

Por otro lado, y como parte fundamental de esta reflexión, se encuentra lo desecho, aquello que ha sido descartado, arrojado, dejado y considerado menos que —respondiendo a los hallazgos hechos en mis recorridos por algunos de los lugares donde circulan cuerpos de personas asesinadas/desaparecidas en Colombia—. En este sentido, sigo el planteamiento de Sayak Valencia (2012) sobre los sujetos producidos no solo literal sino materialmente como víctimas desechables, quienes, deshechos, y reconfigurados como desechos, que circulan por el paisaje, disociados, dislocados, desmembrados, dispersos y descompuestos. Y, para ampliar mi esbozo —todavía un poco más—, la noción de despojo6 me permite reinterpretar el fenómeno de la desaparición a partir de su condición de pérdida, suspensión o corte de una relación significativa.

3. Ríos: flujos de espacio-tiempo

Un río es un ser completo desde su nacimiento hasta su desembocadura; tiene memoria. Las madreviejas o humedales, son huella de sus antiguos cauces y desbordamientos. Los ríos se configuran ecológica, cultural, social y económicamente como referente espacial central de la vida de comunidades, como fuente cotidiana de subsistencia y de diversas relaciones, no solo sociales. De otro modo, los ríos se constituyen como lugares de acumulación de desperdicios y despojos; de cuerpos que flotan, se hunden, quedan atrapados en sus orillas o se detienen en sus remansos. Aunque no haga parte de mi recorrido y análisis sobre este fenómeno, me parece importante mencionar que en el caso del río Quibdó, el significado dado por la comunidad Embera es, Ki (gusanos descomponedores), y Dó (río), en alusión a los indígenas que durante el periodo de colonización fueron arrojados al río (Charria, 2019).

Los ríos también interiorizan relaciones de poder, políticas, económicas, infraestructurales y culturales, donde el agua es un actor principal de las relaciones hidro-sociales (Camargo y Camacho, 2019: 8). Al hablar de ríos, es necesario partir de la comprensión del agua como elemento constitutivo de la materialidad y experiencia de cuerpos humanos y no humanos (Neima­nis, 2017). En este sentido, como sujeto, el agua exige una mirada no como un objeto de manipulación humana sino como una protagonista activa, multidimensional y polivalente en historias y procesos sociales contemporáneos.

03a-08_fig_Ordonez_CEIC_1-2020.jpg

03b-08_fig_Ordonez_CEIC_1-2020.jpg

Dibujo de Martha y fotografía del río Manacacias. Meta, 2019

Cuando le pregunté a Martha sobre el dibujo del río, me dijo: «Cuando me paro en ese puente a ver qué más puedo hacer, se me ocurre que lo único que me falta es buscarlo con una lupa». Martha es la mamá de Guillermo Andrés, desaparecido en Villavicencio desde el año 2001, y es una de las personas con quienes he venido trabajado indagando en sus prácticas de búsqueda y de sentido. En su caso, una búsqueda solitaria, que la expone y ha expuesto a muchos a riesgos. La fotografía del río la tomé en febrero del año 2018, el día que fuimos hasta Puerto Gaitán (Meta) y juntas navegamos juntas por el río Manacacías; desde hacía más de diez años ella no regresaba a este lugar. Sobre su hijo, ella tiene indicios contradictorios que la han llevado a recorrer, entre otros, una vía terciaria de más de treinta kilómetros —que une la cabecera municipal de Villavicencio con varias veredas— y que, entre potreros, palmas, árboles, vacas, gallinazos, un relleno sanitario, fincas, veredas, puentes y varios puntos de extracción de sedimento del río para construcciones, conduce a la zona donde le han dicho que Andrés fue enterrado7.

El dibujo hecho por Kike, su otro hijo —aunque fue ella quien le pidió y le dijo cómo hacerlo— hace coincidir un doble régimen espacio-temporal. Por un lado, el paisaje que ella tiene en su memoria: el puente, los árboles, las lanchas en el río, y el río caudaloso en época de nubes y lluvias. Por otro lado, está el momento que no ha llegado; el que está por venir. Aquel que es esperado y buscado a través de un gesto que se repite en varios de sus dibujos y escritos. Ese gesto, pone en un artefacto, en una tecnología de la visión, en una lupa, la posibilidad de ampliación de un instante en donde coexisten diferentes temporalidades, re-creando un espacio en el que el dibujo se configura como un acto no solo de resistencia sino, ante todo, de aparición; de encuentro. Ese mismo río es visto y representado de otra forma en mi fotografía, en la que, a través del gesto compartido al recorrer y fotografiar el espacio —algo que también hizo Martha— se superponen diversos espacio-tiempos que contienen materialidades vibrantes, como la agencia de la que están dotados los elementos no humanos, como las orillas, los sedimentos y el lecho del río; sus ciclos y crecientes; las diferentes especies que lo habitan; y también, las máquinas con las que las actividades industriales extractivas intervienen el espacio.

En Colombia han sido recuperados 1.080 cuerpos en al menos 190 ríos que han sido usados como dispositivos de desaparición8 (CNMH, 2019); una práctica que podría tener más de sesenta años. No solo los ríos, sino otros paisajes acuáticos9 como caños, ciénagas, riachuelos, lagunas y embalses, redefinen por completo la relación que se establece con el espacio, configurando nuevas significaciones más allá de la supervivencia de quienes los habitan y transitan (Suárez, 2019). En este sentido, me interesa pensar la desaparición como parte de una profunda transformación material y simbólica, que involucra las relaciones espaciales que se establecen no solo dentro sino fuera del agua, y donde emergen comunidades, que, como ecologías híbridas, habitan y dan sentido a otros estados de vida entre lo sólido, lo líquido, lo meteorizado, lo mezclado, lo vertido, lo petrificado, lo removido, y lo sedimentado. En el caso colombiano, los ríos han estado habitados, principalmente, por comunidades afrodescendientes, indígenas, campesinas, desplazadas y excluidas; sujetos y cuerpos que circulan, transitan, se mezclan, contaminan, se transforman, y transforman las relaciones que se establecen con el espacio, y al espacio mismo.

04-08_fig_Ordonez_CEIC_1-2020.jpg

Río Cauca, Vereda Estación Pereira. Risaralda, 2019

05-08_fig_Ordonez_CEIC_1-2020.jpg

Remanso de Beltrán. Risaralda, 2019

De acuerdo con Isabel Cristina Zuleta, socióloga y lideresa del Movimiento Ríos Vívos-Antioquia:

«El Cauca era el segundo río más importante; Popayán limpia su basura en el Cauca, y Cali, la tercera ciudad más importante del país, se abastece de su agua. La industria cementera, cañera, los monocultivos de cítricos, las minas de oro en Marmato, las industrias del café en el Eje Cafetero se abastecen con él. Le han llamado el río de oro por las comunidades que ancestralmente practican la minería en sus riberas. Las comunidades asocian sus aguas a deidades. Los Nutabe tenían su asentamiento en el cañón del río y desapareció por Hidroituango (represa hidroeléctrica). Los Nasa en el Alto y Medio Cauca, las comunidades Zenú en el Bajo Cauca son comunidades anfibias.» (Citado en Mejía, 2019).

06-08_fig_Ordonez_CEIC_1-2020.jpg

Vereda Beltrán. Risaralda, 2019

4. Cementerios: lugares de cuerpos e identidades transitorias

Los cementerios son microcosmos que reproducen las dinámicas y códigos del mundo que no pertenecen a los muertos (Francaviglia, 1971: 509). En Colombia, la historia de los cementerios arranca con la prohibición de entierros en espacios públicos o anexos a las iglesias, donde no se tenían mayores consideraciones respecto a la descomposición, acumulación y contaminación (Escovar, 2002; Ramírez, 2002). El abandono de los cadáveres en las iglesias evidenciaba la diferenciación social que atravesaba y configuraba los espacios de la muerte, y a quienes eran enterrados allí, gentes del común, anónimas según registros parroquiales. Otra particularidad fue la exclusión y prohibición de entierro en los cementerios católicos de personas no creyentes, protestantes, suicidas y niños muertos sin estar bautizados. Como alternativa, se construyeron los cementerios universales en donde se permitía el entierro de personas excluidas o se trasladaron algunos «cementerios populares» a la periferia de las ciudades.

07-08_fig_Ordonez_CEIC_1-2020.jpg

Dibujo de Luz María Salazar. Marsella, 2019

Aunque no fue hasta 197710 que se reconoció oficialmente el primer caso de desaparición forzada en el país, desde 1919, según el Sistema de Información Red de Desaparecidos y Cadáveres (Sirdec), se lleva un registro de las personas desaparecidas en el país. Sin embargo, en muchos de los cementerios se les ha dado un mal cuidado y custodia a los miles de cuerpos de personas no identificadas, debido, en gran parte, a la falta de información sobre la situación de algunos de los municipios afectados por el conflicto armado. Asimismo, la falta de registros confiables, de demarcaciones y numeración en las bóvedas, la ausencia de reglas de salubridad y de morgues, la mezcla indebida de cuerpos en fosas comunes, la incineración de algunos de ellos, y su pérdida, evidencian la realidad de al menos 200.000 cuerpos sin identificar, de los que no se tiene información de su situación (lo cual no significa que se encuentren identificados como personas desaparecidas de manera forzada)11.

En Risaralda, se encuentra Marsella, un municipio rodeado por dos ríos, el Cauca y el San Francisco. El río Cauca atraviesa casi doscientos municipios en su trayectoria y en la vereda Beltrán, a 11 km de Marsella, se crea un remanso debido al cambio de temperatura en las corrientes y a la variación de los sedimentos, que hace que todo lo que corre por el costado derecho del río se quede estancado ahí. A principios de la década de los noventa, Marsella fue señalado como uno de los municipios más violentos de Colombia por la cantidad de muertos no identificados que fueron enterrados en el cementerio; más de 400 personas. En este mismo municipio —donde se cree que toda persona sepultada en tierra es pobre12—, conocí a Luz María, la médica forense que trabajó entre 1988 y 2016 para el Instituto Nacional de Medicina Legal, y quien luego de un traslado en 1997, regresó a Marsella «porque el trabajo con los muertos se estaba haciendo de manera desordenada y los muertos se estaban perdiendo. [...] Yo no sabía que era un desaparecido cuando empecé mi trabajo, pero después entendí que a esas personas las querían desaparecer y yo no podía permitir que los desaparecieran por segunda vez»13.

En 1988, el cementerio de Marsella, Jesús María Estrada, fue declarado patrimonio histórico y cultural de la nación por su arquitectura. Título que perdería más adelante. Una década después, la Junta de Ornatos y Reformas ordenó su intervención y remodelación: «pintaron todo de blanco y no me avisaron. Yo había hablado con el sacerdote para que me asignara un terreno para los muertos no identificados con el compromiso de no sacarlos de ahí, porque a veces se sepultaban varios cuerpos en una misma fosa de manera organizada, marcando las tumbas con pincel y pintura negra»14. Para ese entonces, Nárces Palacio, el sepulturero municipal, escribía en las tumbas, con pintura negra, la fecha en la que habían sido enterradas las personas no identificadas. Estos eran los únicos datos de identificación que había, y fueron borrados durante la remodelación. De acuerdo a Luz María, las personas no identificadas que fueron enterradas entre 1982 y 1998 siguen allí, pero no ha sido posible exhumarlas porque no se sabe en qué fosa están. Sin embargo, luego de la reforma del cementerio, se hicieron mapas de ubicación de cada cuerpo, con detalles precisos del vestuario y las características corporales, para facilitar la localización y exhumación en caso de que quienes llegaran buscando a sus familiares desaparecidos los reconocieran.

08-08_fig_Ordonez_CEIC_1-2020.jpg

Tumbas de Personas no Identificadas (PNI) del río Cauca (R.C).
Cementerio de Marsella, 2019

Debido a las altas cifras de personas no identificadas y a las particularidades de cada contexto, la práctica de inhumar cuerpos en fosas comunes, prohibida constitucionalmente desde 1991, sigue siendo habitual ya que muchas de las fosas no están marcadas, o las señales que tenían se perdieron en medio de la maleza. Durante épocas críticas del conflicto armado, era común que los actores armados intimidaran a los sepultureros para enterrar a los muertos, y en algunos municipios no dieran los nombres de las víctimas, por lo que lo poco que se sabe sobre quién había llevado el cuerpo, dónde lo encontraron muerto, y el alias o nombre que tenía, quedó registrado gracias a las observaciones y notas de los sepultureros tradicionales15. Cuando una persona es identificada y enviada a un cementerio, es probable que con el paso de los años esta institución no responda ni sepa en qué lugar se encuentra, o si hubo traslados, porque no hay lugares específicos para conservarlos. A este vacío de custodia de los cuerpos —de acuerdo a Diana Arango, directora ejecutiva de Equitas16— se les puede considerar como desapariciones administrativas o segundas desapariciones.

09-08_fig_Ordonez_CEIC_1-2020.jpg

Tumbas de Personas no Identificadas. Cementerio de Marsella, 2019

10-08_fig_Ordonez_CEIC_1-2020.jpg

Lápidas de no identificados. Cementerio de Marsella, 2019

La circulación de cuerpos y despojos humanos y no humanos en Colombia, atraviesa y contraviene la idea misma de cementerio como lugar y punto fijo de ubicación y disposición de restos mortales. En este sentido, los cementerios pueden ser leídos como contenedores temporales y lugares de paso, configurados a partir del abandono y la custodia discontinua de cuerpos y tumbas de personas excluidas y no identificadas. Lugares porosos, donde el paso de flujos se da a una velocidad diferente a la del río, y donde la descomposición se gestiona en la tierra, o en las bóvedas de cemento agrietado a través de las cuales se permean elementos externos hacia el interior de las tumbas, y viceversa. Como en el agua, en la tierra los cuerpos transforman continuamente su anatomía y su composición; habitan de otras formas otro tipo de superficies. Por lo cual, los cementerios pueden ser comprendidos como lugares de (des)configuración de la identidad y de los cuerpos. Lugares transitorios y provisionales, como los cuerpos e identidades, de quienes, como sujetos anónimos y no identificados, son convertidos en códigos propensos de ver transformada su nueva identidad.

Como en muchos de los cementerios en Colombia, existen otros lugares de entierro clandestino como fosas, cementerios de la violencia o de buena fe17, montañas-fosas, ríos-fosas, escombreras-fosas, areneras-fosas, que se caracterizan por ser lugares fuera de regla y registro oficial; lugares donde el control se establece a partir de la ocultación. A muchos de los cementerios de Colombia llegan los muertos que el río devuelve, los rescatados, los adoptados o los sacados de la tierra. En Puerto Berrio, Antioquia: «se cansaron de ver los cuerpos flotando sobre el río. Los sacaban del agua, los limpiaban, los enterraban y los adoptaban para pedir favores. Allí, en el cementerio del puerto, hay un pabellón entero con los cadáveres que fueron arrancados de las aguas del río Magdalena (El Espectador, 2019)». De esta forma, los cementerios son de vital importancia en la tarea de dilucidar lo que el agua como lugar de despojos, deshechos y desechos, hace en los cuerpos. En el caso del equipo de trabajo de la doctora Luz María18, adquirieron tal conocimiento de los cuerpos rescatados, que, de acuerdo al grado y la «fauna de la descomposición» —en sus palabras—, podían calcular el lugar desde donde los cuerpos fueron arrojados al río.

Teniendo en cuenta este complejo contexto, diversas instituciones y organizaciones coinciden en la necesidad de hacer un censo nacional de cementerios que incluya la identificación de fosas o lugares clandestinos de entierro que fueron construidos a lo largo de más de sesenta años de conflicto, garantizando la infraestructura adecuada, incluyendo la construcción de bases de datos­­, para evitar que las personas no identificadas (PNI) vuelvan a desaparecer, y que quienes han sido identificados y no reclamados (PINR), sean dados a conocer. Tras la firma de los acuerdos de paz con la guerrilla de las FARC (2016), se intensificó la búsqueda de cuerpos de personas desaparecidas en fosas clandestinas, selvas, ríos y escombreras. Sin embargo, varios organismos internacionales como el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) y la ONU, han manifestado el peligro de la búsqueda de fosas clandestinas en zonas donde han tomado el control nuevos grupos ilegales.

5. Infraestructura y re(des)composición de la realidad

La infraestructura es materia que permite el movimiento y la operación de otra materia, cosas y también la relación entre estas; entre sistemas subyacentes en un mundo de fenómenos construidos, visibles y no visibles (Strang, 2019: 168; Larkin, 2013: 239). En este sentido, es aquello «que se encuentra en el extremo de un rango de visibilidades que pasan de lo invisible a los grandes espectáculos y todo lo que se encuentra en el medio» (Larkin, 2013: 336). Es también, un ejercicio de materialización del poder a través del control físico de los cuerpos —no solo de agua— o de la capacidad para determinar —desde cualquier distancia—, quiénes se beneficiarán del flujo, o por la posibilidad de interrupción o ruptura (Strang, 2019: 173).

«En cualquier régimen de gobernanza y de control del agua, sus expresiones in­fraes­truc­tu­ra­les —incluyen a las personas, la cultura material, el agua y el ambiente más amplio, así como a sus habitantes no humanos y las cosas materiales— están involucrados en procesos fluidos y algunas veces transformativos. Sin embargo, ni siquiera las relaciones sociales o materiales son absolutamente fluidas: todas tienen una dinámica histórica.» (Ibídem: 174).

11-08_fig_Ordonez_CEIC_1-2020.jpg

Notas de sesión de trabajo. Villavicencio, 2019.

Las arenas, gravas, gravillas y piedras son el insumo más abundante en la naturaleza después del agua, y en esto, Colombia es un país privilegiado. En el contexto global, la demanda de concreto como material de construcción —con cualidades táctiles particulares que dan forma a la vida ambiental que al solidificarse se hace irreversible (Larkin, 2013)— va en aumento. En Colombia, tanto los ríos, como las montañas, son contenidos, dragados, extraídos, forzados y transformados en minas, escombreras y botaderos a cielo abierto; ese esquema es aún prevalente en el país. Zonas de control armado, ilegal y por la fuerza, en las que la tierra y los cuerpos se articulan alrededor de la ley de oferta y demanda. Las diferentes fórmulas de propiedad y privatización de bienes comunes se enfocan principalmente a la adquisición de derechos para extraer, incautar, dirigir y distribuir, posibilitando afectaciones profundas o la anulación de los procesos ecológicos normales (Strang, 2019: 177), transformando no solo el flujo de agua y su movimiento en energía, sino también los sedimentos y despojos que flotan en sus vertederos. Es el caso de Hidroituango, el proyecto hidroeléctrico más grande de Colombia, ubicado sobre el río Cauca, en Antioquia. De acuerdo con el CNMH, desde el año 1958, en el marco del desarrollo del megaproyecto hidroenergético y como parte de un nuevo modelo de intervención territorial, la región se vio envuelta en una serie de intervenciones armadas ilegales que sometieron a las comunidades a 138 masacres. La denuncia impuesta ante organismos internacionales responde al daño ambiental y a la violencia que generaron los grupos armados contra los opositores al proyecto, pero especialmente porque se cree que allí reposan más de 1.500 cadáveres —o partes de ellos— resultado de masacres (Rico, 2019).

En 2002 se llevó a cabo la operación Orión en el barrio San Javier, en la Comuna Trece de Medellín. La intervención militar urbana más grande realizada en el país, en contra de la población civil, en la que participaron el Ejército, la Policía Nacional, y la Fuerza Aérea, junto con las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). La Escombrera, una zona de explotación comercial, donde por años se han depositado residuos de la actividad constructora de la ciudad, fue uno de los lugares dispuestos para arrojar los cadáveres que quedaron fuera de los registros oficiales de esa acción armada (Aricapa, 2015). Como en esta gran fosa común de 15 hectáreas de terreno, incrustada en la ciudad, se presume que en La Palomera, la finca La Marranera, la zona de Altos de la Virgen, en los barrios El Salado y El Socorro, La Arenera, y el Cementerio Universal de Medellín, se encuentran enterradas al menos 300 personas desaparecidas.

Durante la última audiencia pública realizada por la Jurisdicción Especial de Paz (JEP)19 para determinar la ejecución de medidas cautelares en algunas zonas de esta comuna, se dieron a conocer hechos que no habían sido relacionados hasta el momento, como la falta de consenso sobre la cifra de desaparecidos —que se calcula en más de 300 personas—, la pérdida de restos de personas desaparecidas que habían sido encontradas e inhumadas en el Cementerio Universal de Medellín, la prórroga de títulos mineros y contratos de explotación comercial y uso del suelo en la zona —sin tener en cuenta la situación de orden público que se vivía allí (JEP, 2019)—, y la construcción de proyectos de vivienda de interés social en lugares donde se ha denunciado que hay cuerpos enterrados de manera clandestina. Así las cosas, es claro que en Colombia la planeación y desarrollo de megaproyectos —como sus afectaciones—, están directamente relacionadas con el uso de la violencia de forma continuada y extendida en el tiempo (como muchos de los proyectos inacabados). De acuerdo con el CNMH, la desaparición forzada se generalizó como una de las modalidades de agresión y terror contra la población campesina, como forma de apropiarse de sus tierras y bienes, o incluso, como forma de implementar proyectos estratégicos de infraestructura o de explotación de recursos naturales.

12a-08_fig_Ordonez_CEIC_1-2020.jpg

12b-08_fig_Ordonez_CEIC_1-2020.jpg

Extracción de material de río, y construcción de viaducto cerca al río Coello. Tolima, 2019

13-08_fig_Ordonez_CEIC_1-2020.jpg

Fragmento del ejercicio de mapeo visual realizado con Oscar. Medellín, 2019

En el barrio San Javier conocí a Óscar20, de 29 años, quien hace parte de una generación que, por medio de expresiones culturales y creativas como el rap, hip-hop, grafiti, performance y la agricultura urbana, busca traer de nuevo a la vida y a la superficie —a las paredes, a las fachadas de las casas, a los parques y a las plazas públicas— lo que permanece oculto bajo la tierra, los escombros y el cemento21. Con Óscar realizamos un largo recorrido por diferentes lugares de San Javier, y una sesión de mapeo subjetivo de su experiencia cotidiana, indagando en cómo se ha visto afectada por la transformación (espacial) del barrio en los últimos veinte años. Iniciamos tomando un bus urbano desde la parte baja del barrio, y luego caminamos hasta el punto más conocido —y quizás por eso—, más turístico del barrio San Javier, las escaleras o el mirador. Durante nuestro recorrido, Óscar me indicó las fronteras geográficas no explicitas que hacen parte de la experiencia de habitar y transitar esta zona, que por décadas ha estado en disputa y control de diversos actores armados (legales e ilegales). Un tránsito controlado que involucra a personas, mercancías (comercio) y al transporte público, a través de una serie de normas implícitas instauradas por las autoridades locales armadas, vinculadas a la ejecución de diversos proyectos extractivos e inmobiliarios. Una serie de dinámicas sociales ilegales que restringen el tránsito espacial a partir de una oposición entre la forma de habitar y transitar el día, y la noche. Al respecto, Óscar mencionó: «después de las siete de la noche usted no ve a nadie por aquí, eso es muy diferente a como usted lo ve ahorita». Esta forma de control de la vida cotidiana y/en el espacio público, pone en evidencia al espacio como escenario de repertorios de violencia continua, pero ante todo como una ecología de tiempos, densidades y poderes en disputa.

Para el ejercicio de mapeo, establecimos una jerarquía cronológica que abarcó tres períodos temporales: 1990-1999 (su infancia), 2000-2006 (su adolescencia) y el período posterior, que va del 2010 hasta hoy (vida adulta). Tomamos como punto de partida —en sus palabras— eso que hacía parte del paisaje, refiriéndose a los lugares que recorría y frecuentaba de niño y adolescente, calles, caminos, las casas de sus amigos y sus familiares. O la montaña —convertida en escombrera—­. O una zona boscosa aledaña que ya casi desaparece, la quebrada que atraviesa el barrio, o una antigua ladrillera y dos lagunas artificiales que ya no existen. Todo esto, planteado por él a partir de su relación con los lugares que han marcado su experiencia cotidiana, y que definieron nuestro recorrido: el parque, la biblioteca —que salvó la vida de muchos estudiantes durante los enfrentamientos armados—, la escuela y la iglesia. Durante la sesión de trabajo, Óscar le dio especial relevancia a los elementos no humanos que hacen parte de su entorno: lagunas, quebradas, árboles, montañas, potreros, pero también a los actores/industrias de tipo extractivo comercial establecidas en el barrio (y las máquinas usadas para esta labor). En varios momentos del ejercicio, él manifiesto la complejidad de ubicarse en un espacio y tiempo intervenidos de manera continua: «ya los árboles no están donde antes estaban, ni las lagunas donde íbamos a bañarnos los fines de semana. En esa época la escombrera era verde, no se veía como lo que se ve ahora, todo pelado». Su relación con la transformación espacial también se establece a partir del cambio de color del paisaje: «antes todo era verde; la laguna era amarilla con lodo; la quebrada a veces se veía roja como con sangre». En la cartografía, usamos el color azul para de marcar otras fuentes o cuerpos de agua.

En muchas regiones de Colombia son comunes dos modalidades de explotación, las dragas, máquinas de tierra y de agua que excavan y elevan hasta la superficie, y las retroexcavadoras, usadas para el despojo de tierras o la expulsión de comunidades por invasión de terrenos (una de las formas de desplazamiento forzado por vías legales). Ambas tecnologías se superponen en dos vías, por un lado, como herramientas de uso extractivo —principalmente en el sector minero y de las construcciones—, y por el otro, al ser los medios sobre los que reposa la posibilidad de hallazgo y exhumación de miles de cuerpos que yacen en una amplia geografía. Sobre este contexto, Isabel Zuleta plantea lo siguiente:

«Las armas no son solo los fusiles y las pistolas, también son las retroexcavadoras, las volquetas, los bulldozers, toda esa maquinaria que destruye las montañas. [...] Nosotros que enterramos esos cuerpos, los ubicamos en relación al palo de mango, al árbol de allá que tiene tal seña. Si ustedes talan esos árboles, los vamos a perder, no los vamos a ubicar y ya nunca más vamos a poder desenterrarlos.» (Citado en Torres, 2018).

14-08_fig_Ordonez_CEIC_1-2020.jpg

Barrio San Javier, Comuna Trece. Al fondo, la Escombrera y la Arenera. Medellín, 2019

Una de las principales características y síntomas del paisaje de la desaparición en Colombia es visible en la disputa sobre el control y la explotación de los cuerpos de agua que ha potencializado la afectación de los lugares donde los cuerpos han sido arrojados, enterrados o abandonados. Dichos lugares cumplen una doble función, primero como zonas extractivas y luego como lugares de relleno. Lugares y paisajes explotados de manera comercial a partir de formas particulares de control, vigilancia, militarización y ausencia, experimentados desde otras narrativas, formas de habitar y hacer sentido en medio de la muerte, y sus materialidades vibrantes.

6. Consideraciones finales

En el contexto colombiano, la desaparición forzada de personas se ha diseminado en el territorio, en la tierra y en el agua. En ríos, zonas de exclusión urbanas y rurales, zonas extractivas, zonas de excedentes y desechos, pero también, y de manera particular, en cementerios. Una amplia geografía de lugares en los que discurren búsquedas, procesos de resistencia y convivencia. Ecologías complejas en las que la muerte y su materialidad se encuentran sumergidas, enterradas y en riesgo de ser radicalmente transformadas. En este sentido, estas cargas, se constituyen como dolorosas, incómodas, irresueltas, contenidas en diversas formas en el vasto territorio.

Como espacios de des-aparición —en su doble sentido—, estos lugares se caracterizan por su articulación entre lo visible y lo no-visible, a partir de la presencia y ausencia simultánea de cuerpos y sujetos —estatales, armados (legales e ilegales), humanos y no humanos— y de elementos físicos. De esta forma, uno de los sentidos de esta ecología de la desaparición puede ser entendido a partir de su configuración como infraestructura en sí misma. En esa articulación, la desaparición, más allá de ser el medio para implementar una serie de intereses diversos, funge como el soporte de una grave afectación y transformación, del pasado y sus cargas negativas (causadas por la violencia). Sobre esas cargas, visibles y no visibles, radica la capacidad de ruptura, descomposición, y recomposición de la realidad. Así, tanto los ríos, como las montañas, las escombreras y los cementerios son elementos de una compleja red de deshechos, desechos, vida y fauna (de la muerte) en movimiento, en la que el espacio-tiempo se traslapa.

Estas cargas materiales y simbólicas quedan embebidas en el espacio, pero también transferidas como prácticas de búsqueda y otras formas de resistencia, imaginación y reconstrucción de las relaciones afectadas ¿Se puede pensar todo esto como una herencia (material y simbólica) irresuelta? ¿Cómo asumir y gestionar la vida y la muerte en medio de una realidad en constante transformación? ¿Cómo se convive y se crea sentido de una realidad maleable, líquida, meteorizada? ¿Cómo re-imaginar el futuro sin que sea petrificado? ¿Cómo crear nuevos significados y marcos interpretativos a partir de la des-composición? ¿Cómo se convive con las materialidades vibrantes?

Lo que me interesa y me urge aquí, es exponer y abrir la discusión sobre una reinterpretación de la desaparición como fenómeno a partir de las distintas formas en que la vida (y la muerte) se re-construye en estos lugares —sin desconocer su potencial como zonas de búsqueda y exhumación—. Entiendo este tipo de espacialidades cargadas de materialidades complejas, como ecologías en las que se producen y circulan conocimientos, y relaciones de cuidado —entre humanos y no humanos—, en la que los gestos cotidianos de resistencia y supervivencia posibilitan la creación no solo de narrativas sobre el pasado y la desaparición sino, ante todo, de otras formas de vida, entre lo que se deshace, se desecha y se recompone. En este sentido, los concibo como lugares y sujetos híbridos, dotados de sentido a través de nuevos relatos, no sólo sobre el pasado sino sobre el futuro. Se trata de personas, que, como Martha tienen el potencial de gestionar —sin desconocer la precariedad desde donde lo hace y los riesgos a los que se expone— la recomposición de la vida y del pasado, a partir del desarrollo de mecanismos personales para gestionar una realidad vulnerable, incompleta y compleja como forma de vida. Comunidades como las personas de Vereda Beltrán, quienes cuentan con una valiosa capacidad de re-establecer los vínculos de cuidado y resistencia, creando formas hibridas para habitar y convivir entre lo vivo y lo muerto.

En este sentido, se trata de ecologías dotadas de cargas y materialidades vibrantes que se asumen a través del cuidado, como única posibilidad de recomponer lo que ha sido afectado. Procesos ­—no solo sociales— capaces de invertir la carga negativa implícita en la materialidad dolorosa, dotándola de otras significaciones —y dignificaciones—, por medio de la participación y distribución en la creación de conocimientos y experiencias colectivas transformadoras —como en el caso de los pescadores y mujeres campesinas que rescatan cuerpos—. Por otro lado, están quienes desde la periferia urbana y las montañas, se configuran como sujetos dotados de la transmisión generacional de estas cargas, y quienes desde el arte las gestionan y transforman, en lo que sostiene, da sentido y alimenta la vida en comunidad. En definitiva, aquí propongo reinterpretar la desaparición como la transformación de la realidad (en sus múltiples dimensiones), la cual, por medio de las cargas embebidas en el espacio, propicia y potencializa respuestas, estrategias y formas de resistencia, que, en lugar de entrar en colisión con la naturaleza —con lo humano y no humano—, la integran a partir de formas de vida radicales y alternativas.

7. Referencias

Achugar, H. (2003). El lugar de la memoria a propósito de monumentos (Motivos y paréntesis). En E. Jelin y V. Langland (Eds.). Monumentos, memoriales y marcas territoriales (pp. 191-216). Madrid: Siglo XXI.

Andermann, J. (2008). Paisaje: Imagen, entorno, ensamble. Orbits Tertius, 13(14), 1-7.

Aricapa, R. (2015). Comuna 13: Crónica de una guerra urbana. De Orión a la Escombrera. Bogotá: Ediciones B.

Camargo, A., y Camacho, J. (2019). Convivir con el agua. Revista Colombiana de Antropología, 55(1), 7-25.

Charría, A. (2019, 28 febrero). Por las aguas de la memoria. El Espectador. Recuperado de: https://www.elespectador.com/opinion/por-las-aguas-de-la-memoria-columna-842313?fbclid=IwAR3wsfsSV5TLrrUkqwrv6j2JB2g6Tozj7L9p5vK3IVZeI76MvZxlw5cxnEI

CNMH (2013). Desaparición forzada Tomo II: Huellas y rostros de la desaparición forzada (1970-2010). Bogotá: Imprenta Nacional.

CNMH (2014). Desaparición forzada Tomo I: Normas y dimensiones de la desaparición forzada en Colombia. Bogotá: Imprenta Nacional.

CNMH (2016). Hasta encontrarlos. El drama de la desaparición forzada en Colombia (Ed. rev.). Bogotá, Colombia.

Diéguez, I. (2011). Cuerpos residuales, prácticas de duelo. Recuperado de: https://static1.squarespace.com/static/54918f84e4b0b437af2bbcf0/t/54937b58e4b0b8156da021ce/1418951512584/cuerposResidualesID.pdf

Escovar, A. (2002, 1 noviembre). El cementerio central de Bogotá y los primeros cementerios católicos. Banco de la República, 155.

Francaviglia, R. (1971). The Cemetery as an Evolving Cultural Landscape. Annals of the Association of American Geographers, 61(3), 501-509.

JEP (2019, 22 julio). «La verdad está llegando a la JEP». Estas son las conclusiones de la Audiencia de víctimas de desaparición forzada en la Comuna 13. Recuperado de: https://www.jep.gov.co/

Larkin, B. (2013). The Politics and Poetics of Infrastructure. Annual Review of Anthropology, 42, 327-343.

Manrique, C., y Bernal, D. (2019). Territorios de agua: infraestructura agrícola, reforma agraria y palma de aceite en el municipio de Marialabaja (Bolívar). Revista Colombiana de Antropología, 55(1), 59-89.

McRae, D. (2015). El hombre hicotea y la ecología de los paisajes acuáticos en resistencia en el San Jorge. Tabula Rasa, 23, 79-103.

Mejía, D. (2019, 8 mayo). Entrevista con Isabel Cristina Zuleta. El río Cauca: un nuevo dolor para este país. Recuperado de: https://baudoap.com/el-rio-cauca-un-nuevo-dolor-para-este-pais/

Neimanis, A. (2017). Hydrofeminism: Or, On Becoming a Body of Water. En A. Neimanis (Ed.). Bodies of Water: Posthuman Feminist Phenomenology (pp. 96-115). Sydney, Australia: Bloomsbury Publishing.

Ramírez, M. (2002, 1 noviembre). Beneficencia y salud en Colombia. Banco de la República, 155.

Rico, G. (2019). Hidroituango las masacres que taparon con el agua (Ed. rev.). Bogotá: autopublicado.

Strang, V. (2019). Relaciones infraestructurales: agua, poder político y el surgimiento de un nuevo régimen despótico. Revista Colombiana de Antropología, 55(1), 167-212.

Seoane, J., Taddei, E., y Algranati, C. (2013). Extractivismo, despojo y crisis climática: desafíos para los movimientos sociales y los proyectos emancipatorios de nuestra América. Buenos Aires: El Colectivo Ediciones.

Valencia, S. (2012). Capitalismo Gore y necropolítica en México contemporáneo. Relaciones Internacionales, 19, 83-112.

1 De acuerdo con el proyecto colectivo Cartografía de la desaparición forzada en Colombia (2019), detrás de la desaparición forzada se esconde el ejercicio de poder para lograr unos fines determinados, en el que más que ser una cuestión de violencia y el resultado de ello —o del narcotráfico—, compromete también a otros actores que están utilizándola para sus intereses, generalmente económicos (p. 64).

2 Este análisis se compone de diversas fuentes: un corpus diverso de gestos, prácticas y mecanismos subjetivos recopilados; el corpus en desarrollo que hace parte de la metodología de investigación híbrida ya mencionada; una serie de documentos bibliográficos y hemerográficos sobre los que se soporta mi argumentación.

3 Este grupo se compone de familiares de personas desaparecidas, campesinos y pescadores habitantes de municipios y veredas; comerciantes y personas dedicadas a labores extractivas principalmente en ríos; funcionarios de cementerios, antropólogos, médicos forenses, geólogos, pedagogos y artistas. Un grupo fundamental en la dinámica de creación de redes de confianza, cuidado, acceso y trabajo en diferentes contextos, así como de la de integración de conocimientos diversos y a quienes agradezco por su solidaridad.

4 Este tipo de aproximación se fundamenta en la colaboración, co-autoría, y la creación como forma de establecer, de manera ética, vínculos y procesos sociales complejos. En este sentido, la práctica social artística, plantea una aproximación que resalta las implicaciones de la intencionalidad, la localización y reconocimiento del proceso histórico del contexto, la producción como proceso, y la co-elaboración de dicho proceso.

5 Este corpus metodológico también está influenciado por la metodología de diseño especulativo, la cual plantea la exploración y busca hacer tangibles de muchas formas materiales, escenarios futuros y narrativas alternativas. En este sentido, la noción de lo especulativo me permite incluir herramientas metodológicas en la búsqueda de otras posibilidades narrativas.

6 El despojo como concepto central en el caso colombiano ha sido objeto central de distintas discusiones institucionales, estatales y de programas de reparación a las víctimas del conflicto armado interno, inicialmente en el proceso de Justicia y Paz (2003-2006), luego como eje central de la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras de 2011, y actualmente con el proceso de paz con la guerrilla de las FARC. Esta noción se incorporó como un problema central del posconflicto y sus promesas (Manrique y Bernal, 2018: 8).

7 De acuerdo a diversas versiones de paramilitares acogidos a Justicia y Paz, el hijo de Martha fue desmembrado y lanzado a un precipicio, enterrado a la orilla de un río y/o en un potrero.

8 Sobre los ríos y desaparecidos en Colombia, ha habido una extensa discusión desde varios campos y por varios autores (Rubiano, Diéguez y Herrera) y artistas (Echeverri, Echavarría, Guille y Mamby) desde la perspectiva de los ríos como fosas comunes, cementerios y tumbas. Esta reflexión se ha centrado principalmente en el río Cauca y el río Magdalena, los dos cauces fluviales más importantes y extensos de Colombia, que han sido rebau­ti­za­dos como los cementerios más grandes de Colombia al volverse lugares privilegiados para desaparecer los cuerpos de las víctimas de la violencia (Diéguez, 2011).

9 Lo anfibio, el hombre-animal y la ecología de los paisajes acuáticos (ríos, caños, ciénagas) fueron ideas desarrolladas por Oscar Fals Borda para abordar la historia ambiental y de resistencia popular en la costa atlántica colombiana. La noción de cultura anfibia incluye una serie de prácticas, creencias e ideologías en torno a la tecnología, el manejo ambiental y las reglas de producción agrícola y pesquera que permiten la supervivencia entre el agua y la tierra (McRae, 2015: 11).

10 El 9 de septiembre de 1977, Omaira Montoya Henao fue desaparecida en Barranquilla por miembros del Servicio de Inteligencia (SIPEC). Cinco años después, el 4 de noviembre de 1982, la Procuraduría delegada para la Policía Nacional concluyó que Omaira Montoya Henao sí había sido capturada y desaparecida por unidades de esa institución. En ese momento, la desaparición forzada no era delito (CNMH, 2013).

11 La cifra oficial, y controversial, de personas desaparecidas de manera forzada en Colombia, de acuerdo al CNMH da cuenta de 82.998 personas desaparecidas en el marco del conflicto armado, hasta el año 2018.

12 Entrevista con Luz María Salazar, abril 2019.

13 Ibídem.

14 Ibídem.

15 Para ampliar la comprensión de la situación de los registros de los cementerios en Colombia, es necesario incluir las dinámicas de precarización no solo laboral sino social de quienes han estado a cargo del cuidado y custodia de los lugares y de los cuerpos.

16 Equipo Colombiano Interdisciplinario de Trabajo Forense y Asistencia Psicosocial.

17 Aquellos lugares en los que, sin apoyo estatal o institucional, las comunidades asumieron el entierro de cuerpos no identificados rescatados, principalmente de ríos.

18 Sus análisis de necropsias de los cadáveres que tiraron al río sirvieron de base para unas prácticas únicas en América Latina. En 2010 se creó el Sello Narces, para generar buenas prácticas en la gestión de cementerios y el cuidado de cuerpos de personas no identificadas o no reclamadas.

19 En el año 2018 el Movimiento Nacional de Víctimas de Crímenes de Estado (Movice), realizó una petición a la JEP de garantizar el cuidado, protección y preservación de 16 lugares en riesgo en donde según investigaciones y testimonios de pobladores y víctimas, podrían encontrarse restos de personas desaparecidas.

20 El nombre usado aquí surgió después de que él me pidiera no revelar su nombre real.

21 Al respecto, resalto el ejercicio político cotidiano del colectivo Agroarte, quienes a partir de la experiencia comunitaria en la Comuna Trece de Medellín, han creado proyectos comunitarios y artísticos de resistencia pacífica, y denuncia alrededor del cuerpo y la tierra, como los proyectos de agricultura urbana.